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jueves, 13 de diciembre de 2007

Disco: Manifiesto (2006)


Grupo: Voz Propia (Perú)

Con más de dos décadas moviéndose en la escena underground, Voz Propia llegó a una de las cúspides de su masificación, cuando obtuvo el 2006 la nómina de mejor grupo de rock nacional, según una encuesta realizada por el diario El Comercio. ¿La razón de este nombramiento? Pues su última producción: El Manifiesto. ¿Estoy de acuerdo con este galardón? Para dar una respuesta adecuada, primero tendría que haber oído todos los discos de rock peruano del año que pasó. Y, como soy ocioso, me limitaré solo a prestar atención a lo hecho por Voz Propia.

Empecemos.

Aunque lleva un título que pareciera anunciar música panfletaria o la presentación de una novísima corriente dentro de la escena del rock local, El Manifiesto es un disco de rock que no apuesta por una postura política clara (en términos criollos, no es ni chicha ni limonada) ni da la dirección de un reciente camino musical. Veo pues, que este disco de Voz Propia, por lo menos en un principio, es un embauque. Y, lamentablemente, a medida que voy avanzando en el acto de escuchar las canciones, voy descubriendo que el resto de la producción es de la misma calaña: un timo tras otro. ¿Por qué? Pues El Manifiesto no está a la altura de varios de los discos de Voz Propia (por ejemplo, Los días y las sombras, Ave de paso o Hamlet) y me da la impresión que me han vendido un cd de un grupo en el cual canta a veces Miguel Ángel Vidal, pero en el que no se nota un esfuerzo por buscar una mejora sonora.

Ya lejos de su característico sonido dark, Voz Propia suena, por momentos, reposado o, más bien, cansado como un viejo que sufre de artrosis. Esto se nota en el primer track del disco: Invisible. Con unas guitarras simplonas y una batería menos potente que un tambor de fiesta infantil, el cantante bota con desgano la sosa historia de un hombre invisible. Sin el menor entusiasmo (pues si hay una forma de expresar la mediocridad de manera musical, Voz Propia la halló en esta canción), la pieza termina como invitando al sueño o al hecho de apagar el cd player. Pero no me dejo vencer, e insisto. A continuación, el despliegue musical no mejora. En El flechado, me encuentro con el mismo esquema: la voz de Miguel Ángel Vidal que canta como si no lo quisiera hacer, una batería sin la menor audacia y una guitarra que se pierde en punteos indescifrables, que parten bien pero que acaban perdidos en secuencias tontas y chillonas. Lo único rescatable: el órgano. Y es rescatable quizá porque no se deja escuchar del todo. En la misma línea siguen: Monocarbono, Terrible Melodía (que, por cierto, es literalmente terrible por lo mala que es), El club de la pelea y La canción sin fin (que, gracias a Dios, en un momento termina). Mención aparte merecen A lo lejos y Gigoló. Cantadas por Ramón Escalante, dan la impresión que pertenecen a otro disco o, peor aún, que son de otro grupo. Hay que recordar que es bueno el cambio y la búsqueda de nuevas estéticas por parte de las agrupaciones de rock, pero esto no se debe llevar al extremo. En A lo lejos y Gigoló, Voz Propia suena a una suerte de mezcla de punk y música adulto contemporánea. Cosa que no me sorprende, pero ¿estarán a gusto sus incondiciones de escuchar semejante incongruencia con las posturas de dicho grupo en los años 80? Habrá que esperar la opinión de los mencionados.

¿Algo rescatable? Sí. Un grupo con talento siempre tiene algo bueno que ofrecer. Y eso hace Voz Propia con Lentes Amarillos. Con guitarras que están atrapadas por una rapidez desbordante, la voz declara que ante el cielo gris ha encontrado una solución: usar lentes amarillos. Sin duda, esta pieza es lo mejor de El Manifiesto.

¿Y es el mejor disco del 2006? Me parece que no. En aquel año, la producción nacional dio a luz a muchos cd rescatables y de calidad artística superior a El Manifiesto. ¿Mejorará Voz Propia? Pues habrá que esperar. Quizás nuevos vientos soplen en su vida creativa y termine en buen puerto o, por el contrario, acabe encallado en una playa de piedras filudas.

Julio Meza Díaz

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domingo, 9 de diciembre de 2007

Disco: Rodolfo (2007)

Solista: Fito Páez (Argentina)

En una ocasión, un amigo bonaerense me dijo: “cuando un argentino canta, las estrellas brillan con mayor intensidad”. Y, con la sorpresa que causa lo inexplicable, me parece que su afirmación no tiene error alguno, pues, mientras escucho el Rodolfo, el último disco de Fito Páez, veo a través de mi ventana la noche despejada que, desde que sonó la primera nota de piano del rosarino Fito, muestra puntos dorados y plateados incandescentes que crecen y crecen como si estuvieran atrapados en un estallido infinito. Esto demuestra una cosa: que Fito lo logró otra vez. Es decir, ha embelesado a su público; ha conquistado nuevos oyentes; ha hecho vibrar a sus compañeros: los astros.

Soy capaz de seguir lanzando alabanzas para Fito, pero tengo presente la máxima que guía estos comentarios: no ser tan regalón con mis adjetivos.

Comenzaré por lo feo para que luego reluzca lo bello.

Me parece que Fito ha conseguido hacer un álbum interesante, pues tiene un concepto musical que está definido por el uso sencillo de la voz acompañada por un piano. O sea, como diría un criollo avispado, “casi casi y Fito por poco toca con la voz calata”. Y, a mi parecer, ese rasgo es resaltante, pero a la vez problemático, porque sus canciones suenan como si carecieran de arreglos, como si no estuvieran del todo terminadas, como si fuera un ensayo antes de la grabación. Por otro lado, las líricas son demasiado claras, y esto, para mí, no es un defecto. Sin embargo, hay que recordar que algo de la magia de la verdadera poesía consiste en guardar el secreto de lo hermoso, de lo lejano y brillante, detrás de los mantos livianos y sedosos de los términos claroscuros. Los orientales lo sabían muy bien. La luz tenue, la penumbra ligera es el ambiente adecuado para lo hermoso.

Sobre lo mejor, diré algunas palabras, muy escasas en realidad, pues de lo bueno, como dicen lo viejos, se debe dar poco para que sea doblemente bueno.

Recomendaré unas cuantas canciones, pues todas son de regular para arriba, pero, para ser sincero, solo algunas me parecen resaltantes. En este grupo están: Si es amor, Siempre te voy a amar y El verdadero amar. Como es evidente, el tema amoroso se pone sobre el tapete, y se habla de éste mostrando sus contradicciones, sus obsesiones y sus problemas; quedando demostrado que sobre el amor se ha escrito mucho y se puede seguir escribiendo más todavía. Comentario aparte merece Sofi fue una nena de mamá. En esta canción se narra la triste historia de Sofi, una joven que, con su triste existencia, demuestra que sufre más el que lo tuvo todo y luego no posee nada, pues vivir dos situaciones rotundamente contradictorias empuja al ser humano a sus límites existenciales. Por otro lado, quiero señalar dos piezas, las únicas piezas instrumentales de este disco: Nocturno en sol y Waltz for Marguie. En ellas, Fito demuestra su maestría en la composición y, sobre todo, en la ejecución de música de cámara. Esto significa que, si Fito se va al carajo como músico de rock, podría dedicarse a concertista de salón o pianista de club nocturno.

Y bueno, ahora esperaré con curiosidad la siguiente obra del rosarino, quien brilla, brilla en el firmamento, como un cometa que avanza y avanza con la libertad que solo se logra cuando se está en el infinito o en el ejercicio placentero y pleno de cualquier arte.
Julio Meza Díaz

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lunes, 12 de noviembre de 2007

Disco: Alivio De Luto (2005)

Solista: Joaquín Sabina (España)

“Joaquín Sabina, es o no es poeta”, he ahí la pregunta. Algunos afirman que no sólo es un vate hecho y derecho, sino que también linda con lo místico, a la manera de esos ancianos visionarios de las tribus prehistóricas, que, además de brujos y puentes con el más allá, eran el concentrado de la memoria colectiva y las artes en su integridad. Otros, sin embargo, quizá pecando de mezquinos, lo señalan como un cantante de fea voz y con cierta capacidad para los versos, pero de ninguna manera como un bardo talentoso y experimentado. ¿Con qué postura me quedo? No lo sé aún. Lo decidiré luego de analizar el que, por ahora, es el último disco de Joaquín: Alivio de Luto.

El disco prende la mecha con Pájaros de Portugal. Con una construcción sonora sencilla, la lírica avanza con el trote de un caballo elegante y airoso. Dice la voz: “No conocían el mar / y se les antojó más triste que en la tele / pájaros de Portugal / sin dirección ni alpiste ni papeles”. No son los mejores versos de Sabina, pero me deja en claro que las historias que me narrará, las historias simples y llanas o las historias de sus sentimientos, no serán mostradas con la evidencia ni el descaro de lo explícito. Sabina lo que pretende es la construcción de metáforas, que serán deshilvanadas por el escucha y adquirirán un sentido según la forma de percibir de cada uno. ¡Ay, Rocío! es dedicada a una de sus hijas. Con un guitarra sutil de fondo, dice Sabina: “Un ducado de más / qué desastre de adanes y evas / o quizás una canción / si supieras que yo / te hago caso de ombligos a brevas”. Rocío, entonces, es su hija, pero también una canción con el mismo nombre que intenta reflejar, en un espejo de palabras, el espíritu saltarín de una adolescente inquieta. Con aires españoles, Paisanaje nos muestra que Sabina goza de facilidad para el verso, pero que, en términos musicales, evidencia una pobreza reiterativa. La voz suelta: “porque primus interpares / era tu brinco / no hagas ripios, malabares / que te la jinco”. Incendiando la sintaxis, Joaquín se regodea haciendo retruécanos verbales que dejan mareado al menos avisado, y que, tal vez, son efectivos por su sonoridad, pero que, a mi parecer, se acercan más a una masturbación lingüística que a un verdadero logro en la canción iberoamericana. Otro track: Seis tequilas. Dice la lírica: “me falta una mujer / me sobran seis tequilas”. Esta pieza, que es el momento más pobre del álbum, grafica a plenitud el triste cantautor en el que se está convirtiendo Sabina: una nulidad en términos musicales, y un mito bohemio que goza al alimentar su manida fama. Un pena, ciertamente. ¿Y el resto del disco? Pues es una mala canción tras otra mucho peor, las cuales, sin embargo, brillan por su calidad lírica. Me pregunto: ¿qué pensará, dentro de una perspectiva musical, un angloparlante monolingüe de Joaquín Sabina? Supongo que lo mismo que un iberoamericano monolingüe de Bob Dylan. Es decir, que Joaquín, para los que entienden sus letras, es un buen cantante, pero para los otros, es un pésimo músico.

¿Algo destacable? Pues sí. La canción Con lo que eso duele. Brilla entre las demás por su plasticidad sonora. En esta pieza, Sabina alcanza lo que en la década del 90 hizo en varios discos: la amalgama perfecta entre la música y la letra; es decir, la composición perfecta de una canción. “Con lo que eso duele” es en verdad recomendable.

Y bien, Joaquín Sabina, ¿es o no es poeta? Pues, quizá, si no uno bueno, es por lo menos un poeta promedio. Pero creo que la principal pregunta es: Joaquín Sabina ¿es o no es músico? Pues, definitivamente, en Alivio de Luto se muestra como músico, pero de los peores que existen. Lástima, sin duda una lástima.

Julio Meza Díaz

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domingo, 28 de octubre de 2007

Disco: Hágalo usted mismo (2006)


Grupo: Los Tres (Chile)

En Chile, en la década del 90, hubo dos bandas que, entre muchas otras, descollaron en el ambiente rockero: Lucybell y Los Tres. Esta última agrupación, con letras agudas y sonido en su mayor parte de componente acústico, tuvo como su cúspide creativa su presentación en el MTV Unplugged (1995) y en la producción de su disco Fome (1997). Luego de problemas intestinos, que tuvieron un corte sentimental muy cercano al culebrón, Los Tres decidieron darse un respiro y, con un disco en vivo, Freno de mano (2000), se retiraron a sus cuarteles de invierno. Los años pasaron y, cuando nadie sospechaba que la mencionada banda resucitaría de sus cenizas cual ave Fénix, Los Tres volvieron al redil musical con Hágalo usted mismo (2006), un disco de diez canciones que quizás entusiasma a sus incondicionales, pero que, para un simple escucha como yo, no es más que un bajón en su irregular carrera musical.

Con el estilo que definieron en su tercer disco, La espada y la pared (1995), Los tres comienzan Hágalo usted mismo con No es cierto. Un bajo sin complicaciones se conecta con una batería liviana, y la voz canta sin mucho brillo. Se escucha, por ejemplo, lo que sigue: Para ser un valiente / hay que llegar al final / soldado / en tu uniforme hay arrugas que planchar. El referente al pasado militar chileno es un tópico al que vuelven en otra pieza, Bestia, en donde el discurso de la banda es más explícito: Bestia / no vuelvas a mirar / la vida como a un juguete más / tuviste la tuya / deja la mía en paz. En esta pieza, que está dedicada probablemente al ex dictador Agusto Pinochet (quien, por cierto, ojalá esté hirviendo en el infierno), Los Tres dejan en claro que la música puede optar por una trinchera y que, algunas veces, no sólo es mero placer estético. En Agua bendita, con guitarras que remiten a la música tradicional chilena, se tocan los dilemas amorosos de un individuo que ha sido arrastrado por los vericuetos de la pasión. En Hágalo usted mismo, el tema que le da título al disco, Los tres narran una historia de connotaciones extravagantes. Se describe a Dios como un ente poseedor de una ironía macabra. El cantante dice: Un día / en un pueblo polvoriento / Dios se apareció… Yo iba con mi caballo… Escúchame, señor / tengo a una mujer / que ya no quiero ver / que la parta un rayo / que la parta un tren / Y me dijo / hágala usted mismo / y ya verá. Y bueno, temiendo generar animadversión entre los mapuches, tengo el deber de afirmar que esas son las canciones más destacadas del álbum. Para mi pesar (y lo que diré a continuación será sincero, y fundado en un juicio crítico), el resto es previsible, tanto musical como líricamente. En verdad, esta conclusión es muy penosa; sobre todo porque califica a una banda que, en el pasado, sorprendió con su virtuosismo musical.

Habrá que darle tiempo, pues, a Los Tres. Aún no han perdido sus armas, y la juventud les sonríe; eso significa que, quién sabe, en un futuro lejano o, a lo mejor, cercano, nos regalen una muestra destacada del talento que, sin ninguna duda, poseen en abundancia. Como dicen las ancianas, “ya vendrán tiempos mejores”. Muchachos de Los Tres, esperen a que esos tiempos lleguen.
Julio Meza Díaz

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sábado, 27 de octubre de 2007

Disco: Sino (2007)


Grupo: Café Tacvba (México)

Hay algo que tienen que saber los desinformados: Café Tacvba no se reduce a las canciones La Ingrata y Eres, pues está muy lejos de ser un grupo de unos cuantos hits tontos. Sin ninguna duda, Café Tacvba es una de las más importantes bandas de rock latinoamericano y, como si esto fuera poco, es uno de los experimentos sonoros más inteligentes de la música contemporánea. Si usted, querido lector / oyente, duda de mi afirmación, pues le invito a escuchar el Re, esa cúspide del mestizaje musical, que contiene alrededor de una decena de audacias estéticas. También puede llenarse los oídos con el Revés/Yo soy, que es una búsqueda electrónica de vanguardia y un claro triunfo de la creativa que domina las formas melódicas.

Pero si usted, estimado lector / oyente, quiere algo reciente de Café Tacvba, algo último que lo sorprenda y vitalice, pues le sugiero que, para que amplíe su conocimiento musical, ponga en su cd player el Sino, la más reciente producción del mencionado grupo mexicano.

Ya lejos de sus magníficas mezclas sonoras, donde la tradición popular mexicana se aliaba con los sonidos actuales del rock, Café Tacvba ha emprendido la creación de su nuevo estilo, que es algo cercano a lo que se encuentra entre los británicos, pero que mantiene un sello propio, una característica original e independiente, como la tienen las bandas con talento mayúsculo.

Con un fondo musical tenue, el disco arranca con Seguir siendo, que es impulsada por una voz susurrante que dice: Soy el que nunca mira / soy el que nunca escucha / siempre estoy detrás de lo que ves. Como puede apreciar, estimado lector / oyente, la lírica crea un personaje difuso, distanciado de lo humano, pero que también percibe la realidad a través de unos sentidos ansiosos. La siguiente pieza, Tengo todo, que es una continuación de la anterior, dibuja al ente descrito de forma cabal, mientras se expanden las guitarras con su sonido acerado. Se escucha lo que sigue: Si busco en el todo / encuentro el sino / liberar y disolver / y yo en el vacío. Hallar el sentido en el absoluto. Quizás esa sea la lógica que trata de graficar la canción. Otra pieza destacable es Volver a comenzar. Me parece que, por el ritmo que marca la batería, podría ser un hit bailable en las pocas discotecas de corte rockero que aún sobreviven. Cierto o falso y De acuerdo muestran una fuerza guitarrera que sorprende, pues su rapidez, acompañada con unos bajos certeros y unas baquetas que le dan duro a los tambores, le imprime a las canciones un sobresaliente corte musical. Con una melodía tierna, Y es que… habla tal vez del despliegue de Café Tacvba en la década de los 90, la década que los mostró al mundo. Dice la voz: Desde un remoto lugar / desde otra generación / una forma de pensar / fuimos tan sólo una opción. Nada más humano (pues somos el homo sapiens sapiens -el hombre que sabe que sabe-) que reflexionar sobre la propia existencia y dar a conocer las conclusiones de esos pensamientos. Más adelante, encontramos la joya del disco: Quiero ver. Con una letra romántica que trata de conquistar dulcemente a la amada, los Café Tacvba trazan con sencillez una pintura sonora de una ternura incalculable. Se escucha: Quiero ver / tu risa todo el día / escuchar / la melodía de tu voz / quisiera ser el brillo de tus ojos / el peine que desnuda tu esplendor / la esquina que te ve cuando caminas. Le recomiendo, amable lector / oyente, que, si usted pertenece al género masculino, le envíe esta canción a su preferida, y, si, por el contrario, usted suma el conjunto de las féminas, le propongo gozar de dicha pieza acompañada de su correspondiente pareja. La última canción del disco, Gracias, es una triste ironía que describe un mundo ideal que, lamentablemente, existe sólo en los sueños. En los minutos finales, la intrepidez de los instrumentos usados en la producción produce una fuga que linda con la libertad del rock progresivo o el jazz más desembozado.

Apreciado lector / oyente, queda claro, pues, que Café Tacvba es una banda más grande que sus singles momentáneos. Café Tacvba es la expresión del triunfo de la insistencia y el genio tras un único objetivo: hacer cosas bellas.

Julio Meza Díaz

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jueves, 18 de octubre de 2007

Disco: La Lengua Popular (2007)


Solista: Andrés Calamaro (Argentina)

Si los brasileros aseguran que son los más grandes del mundo, los argentinos, sin temor a pecar de egocéntricos, a veces no dudan en afirmar que son los mejores del universo.

¿Hay alguna forma de comprobar esta afirmación? Pues una salida es oyendo a sus rockeros. Con ellos, si convocáramos solo a los más conocidos de la música última, podríamos formar un equipo de fútbol lleno de megaestrellas. Piensa, querido lector / oyente, en la delantera. De titulares se tendría a la dupla imbatible, a la batería goleadora y con poderes de destrucción masivos, Charly García – Luis Alberto Spinetta. ¿Cuál sería la banca de estos genios? Me parece que Gustavo Cerati y Andrés Calamaro. Esto que he dicho es polémico. Lo sé. Pero ahora, en este recreo de la imaginación, soy el director técnico, y por eso decido sobre las convocatorias y los jugadores fijos y suplentes. ¡Nadie, ni siquiera el más encumbrado, puede rebatir mi voz! (qué fascista me salió esa frase, ¿no?). Y bueno, ¿a qué se debe esta presentación? Pues para hablarte de uno de los jugadores de reemplazo, que no por ello carece de talento, como buen argentino que es. Y, como lo sospechas, me refiero al buen Andrés Calamaro.

Andrés, hace unas semanas, ha lanzado su más reciente trabajo, que titula La Lengua Popular. ¿Sorpresas? Ninguna, pero quizás eso sea lo mejor, ya que, después de hacer mega producciones (no olvidemos el Honestidad Brutal -dos discos- y El Salmón -cinco discos-), después de pasar por el género tanguero (Tinta Roja), después de hacer covers de clásicos latinoamericanos (El Cantante), después de un penúltimo buen álbum (El Palacio De Las Flores); Calamaro, con su característica voz opaca, con su aura de bohemio consumado y consumido, empuñando su guitarra afinada muy a lo Bob Dylan, vuelve a darle en el gusto a su siempre fiel hinchada con doce canciones, todas entrañables y llenas de un sentimiento muy gauchesco, y rebosantes hasta soltar espuma de lo argentino, su pampa y su bife suculento.

Andrés, quien fue el chiquillo de los Abuelos de la Nada, y el joven maduro en Los Rodríguez, arranca su nuevo disco con un puntapié sonoro en los oídos: Los Chicos. En ese tema, se habla de la muerte. Sí, lo leen bien, ¡de la muerte! ¿Acaso, Calamaro, sientes la cercanía del final? ¿El temor ante la duda que despierta el más allá? Luego, dos piezas después, suena: Soy Tuyo. ¡Esta canción será un hit! Con una guitarra liviana, la voz dice: me gusta desarmarme arriba tuyo / me gusta demasiado ensuciarte / besar tu flor inmediata / besarte atrás y adelante. ¡Esta es una lírica sin tabúes!... De ahí, canciones más abajo, una de las persecuciones artísticas de Andrés: una pieza con aires de chicha (así le dicen acá, en el Perú) o de bailanta (según se llama en Argentina). Esta canción es La espuma de las orillas... ¿Y la tristeza? Pues también tiene un espacio. Escucha, por ejemplo, mi estimado lector / oyente, Cada una de tus cosas: Mirando el río / una rumbita te escribí / mientras te esperaba / con el pechito inquieto y alegre / y un andar de no ser de acá. Me imagino a un argentino entonando esas letras, mientras mira el Rímac, el río hablador, allá por el centro de Lima, inundado por el smog, tratando de componer unos versos, y esperando a una, como decimos nosotros, flaquita, o una, como dicen los argentinos, mina. ¡Ah, la tristeza!… Pero para vencerla está la subsiguiente canción: La mitad del amor, en la que se dice: Voy a tomar / unos apuntes / voy a tomar para olvidar. Claro que, se supone, aquí se habla del amor, pero la interpretación es un ejercicio que, en extremo, nos puede hacer leer la Biblia como si fuera el diario de un cómico cínico. Por eso, para mí esta pieza habla del olvido, del muy sano olvido… Por último, está una canción que me desconcierta: Mi cobain (superjoint). ¡Qué tiene que ver el pelucón rubio del país gringo con el pelucón moreno Calamaro! Lo bueno es que para hablar del suicida Cobain, Andreito no se despega de su estilo, pues hubiera sido horrible escuchar grunge en un álbum tan redondo y destacable.

Y esta es mi crítica, estimado lector / oyente. ¿Queda claro que los argentinos a veces son los mejores del universo? ¿Todavía hay dudas? Pues les doy un argumento irrebatible; será un argumento musical… Sigue estas instrucciones: pon La Lengua Popular en tu cd player, presiona play y… ¡ahí tienen mi argumento! ¡Son los mejores! ¡No hay duda alguna! ¡Che!

Julio Meza Díaz.

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sábado, 29 de septiembre de 2007

Disco: Chaski Changes (2006)


Grupo: Rafo Ráez Y Los Paranoias (Perú)

Hasta hace poco, cuando escuchaba a Rafo Ráez, a mí me atacaba la nostalgia.

Era la década del noventa. Yo aún estaba en secundaria, y, pese a lo que mandaba la regla, no me satisfacía con las propuestas radiales. De modo que salí en búsqueda de nuevos sonidos y, gracias a un amigo llamado Rubén, conocí el primer disco en solista de Rafo Ráez: Suicida de 16. Con esa producción de fondo musical, dejé que fluyera mi adolescencia, que fue un conjunto de años en los que me dolía el existir.

Como decía, entonces, hasta hace poco, cuando escuchaba a Rafo Ráez, yo recordaba mis primeros choques contra la existencia.

Pero ahora, que he puesto en mi cd player su último disco, Chaski Changes, viene a mi cabeza la popular sentencia que indica que las cosas cambian y que, a veces, cambian para mal.

Desde hace mucho tiempo, Rafo Ráez ha venido trabajando en una obra ecléctica, bastante personal, que linda con la trova, pero que se instala en el territorio del rock. Chaski Changes es el resultado de esta búsqueda estética, que, para mí, ya ha perdido el norte y se dirige hacia el terrible extravío.

Acompañado por los Paranoias, Rafo Ráez intenta en Chaki Changes crear atmósferas sonoras. Pero el método que usa para lograr su propósito es el más inadecuado. Emplea los teclados con torpeza (no se necesita ser un experto para concluir que Rafo Ráez es un inhábil con el piano y el órgano), modula la voz hasta convertirla en un pitillo molestoso y abandona la fuerza de la batería y la guitarra eléctrica. Este corte lo tienen canciones como Déjalo morir en casa, Perdóname, Radiografías, Víboras místicas, Chico de ciencia ficción y Siempre se te extraña aquí.

Como si fueran un añadido a la lógica imperante del disco, se encuentran también canciones de una naturaleza sencilla y cercana a lo realizado antes por Rafo. Por ejemplo, en este lote de piezas tenemos a La chica de mis sueños. Con guitarras estridentes de acompañamiento, Rafo vocifera, de manera poco inspirada: “Dime si eres lesbiana / porque a mí me has vuelto maricón”. Otro track es Los planetas. Esta es una canción singular. No tanto por sus virtudes estéticas, sino más bien porque demuestra la coherencia que maneja Rafo al momento de hacer líricas. Dice, luego de hacer referencia a teorías sobre el universo: Galileo Galilei / Thomas Newton y su ley / Edgar Allan Poe y sus desvaríos. Me pregunto: ¿Qué tienen que ver esos científicos con el cuentista norteamericano? Explícamelo, querido lector / oyente.

No obstante el cúmulo de errores de este álbum, hay que admitir que Rafo, como siempre, ha hecho por lo menos un par de buenas canciones. Son los destellos en la noche oscura del compositor. Ahí tenemos: Tus ex, mis ex y 2.6. La primera tiene un ritmo sincopado, que se acerca al landó y a lo realizado por Portishead. La otra es una pieza con guitarras acústicas y una batería que vibra con fuerza. Su lírica hace referencia a los sentimientos calculados matemáticamente. Son, sin duda, recomendables.

Como decía, hasta hace poco, cuando escuchaba a Rafo Ráez, a mí me atacaba la nostalgia.

Pero ahora, que he puesto en mi cd player el Chaki Changes, me da pena. Porque estoy ante un músico con talento, que tuvo un tiempo dorado y que, sin embargo, está perdiendo el brillo y, salvo muy pocos, nadie se lo hace notar.

Ahora, cuando escucho a Rafo Ráez, me ataca la pena…
Julio Meza Díaz

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miércoles, 19 de septiembre de 2007

Disco: El Zafiro De Las Galas (Urbano 003, 2007)


Solista: Daniel F. (Perú)

Como todo buen poeta sabe, las palabras a veces son insuficientes para describir los más hondos sentimientos. Como todo crítico que se respete sabe, los comentarios a veces son insuficientes para describir las más logradas obras de arte. Como me estoy percatando ahora (mientras escucho El Zafiro De Las Galas), mis adjetivos serán muy pobres para describir este último disco de Daniel F.

Comencemos por el título: El Zafiro De Las Galas. ¿Qué nos dice? Pues que, como literalmente lo enuncia, las piezas de esta producción son las más logradas de un gran conjunto de canciones. Fueron, pues, el resultado de una selección minuciosa, casi de científico, por parte del autor. ¿Tuvo buen oído al escogerlas? Sí. ¿Por qué lo afirmo de manera tan tajante? Por las siguientes razones.

Tomando cierta distancia del rock progresivo que practica con Leusemia, Daniel F. ha hecho lo que mejor sabe hacer: canciones breves, a veces melancólicas, a veces de catarsis amorosa, canciones que, finalmente, apelan más a la inteligencia sentimental que al oído del escucha que desea virtuosismo desembocado. Su actual estilo es tranquilo, un poco sombrío, pero siempre calmo y lento, propio de un cantautor que ya ha dejado atrás la juventud y, obviamente, sus despeinados impulsos. Daniel F. toca temas fundamentales: la muerte, el amor, la soledad. Sufre de verborrea, pero esto no se nota como un error, sino como una capacidad brillante, pues suelta versos certeros y los teje con la habilidad del experto. Esa es la palabra: experto. Daniel F. es ya un experto. Y lo que hace ahora es demostrarnos su capacidad de volar entre las notas musicales.

¿Qué canciones recomiendo? Pues todas. Pero hay algunas que me han conmovido más que otras, que me han calado con profundidad y que me impulsan a vociferar a todos los vientos la calidad de este caluroso disco. Como todo compositor talentoso, Daniel F. hace himnos inolvidables, como El Pasadizo De Las Sombras 1, que podría ser motivo de un largo comentario aparte. Crea también atmósferas penumbrosas que, por ejemplo, podemos hallar en la canción titulada En Las Fauces De Nombradía. Hace melodías pegajosas, que habla de compañías infinitas, mientras se cuestiona su realidad de trovador, de excelente trovador. ¿En dónde se escucha esto? En Los Vagabundos. Demuestra su conocimiento de la poesía contemporánea peruana, y se apoya en versos de Rocío Silva Santisteban; y, por supuesto, añade detalles de su cosecha, y crea una pieza casi inacabable (¡y ojalá nunca acabara esa canción!). Esa es Turbulencia O La Crónica Semanal Reseñada De Una Historia Sin Despedida. Y así sigue la lista de tracks: impresión desgarradora tras impresión inolvidable y potente.

Mientras escucho El Zafiro De Las Galas, me doy cuenta que salto de joya en joya (es decir, de canción en canción), y me percato de algo irrechazable: todas son El Zafiro. Lo que he puesto en mi cd player no es un disco, es un tesoro.
Julio Meza Díaz

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domingo, 9 de septiembre de 2007

Disco: Bailando En El Muladar (2007)


Grupo: Cementerio Club (Perú)

Si alguien me apuntara con una pistola y me pidiera, con violencia alterada, que defina en una sola palabra este último disco de Cementerio Club, diría: “Beatles”. Les aseguro que, por la certeza de mi respuesta, salvaría la vida.

Bailando en el muladar, la cuarta pieza de estudio de Cementerio Club, tiene una explícita influencia beatlesca. Para los entendidos, esto no es nuevo. Desde un principio, tanto Arbulú como Solano, las cabezas descollantes del grupo, han declarado su amor intenso e inacabable por el cuarteto de Liverpool. Pero en esta ocasión, sus corazones enloquecieron y, dicha pérdida de tornillo, que, por cierto, suele ocurrir en los enamorados enceguecidos, se reflejó en los coros melódicos, en los punteos harrisonianos y en el bajo mccartniano. Y podría seguir endilgando adjetivos beatlescos para calificar los detalles musicales de Bailando en el muladar, pero temo que la Real Academia o un purista del léxico me sancione con un certero puñete en la lengua.

Para evitar lo obvio (es decir, proceder a comentar algunas de las canciones), dejaré que tú, querido lector/oyente, descubras una a una estas inolvidables joyas que componen Bailando en el muladar. No obstante, haré una advertencia: no te dejes llevar por la primera canción, Ya no me pones. Obviamente, es una concesión hecha a favor de las radios limeñas. Con una letra que no solo linda, sino que cae en el profundo hoyo de lo estúpido (dice así: “tú ya no me pones/aunque te desnudes”), desluce el conjunto y hace pensar que el resto del disco es de una carga verbal tan inteligente como las líricas embrutecedoras de Maná o los monólogos iluminados de un chimpancé alcoholizado. Otro dato: no eviten el track 11, Verte Madrugar. A diferencia de Ya no me pones, la señalo como la cúspide del disco y, quizás, de toda la carrera musical de Cementerio Club. De una carga poética sencilla pero contundente, tiene momentos de una intensidad descarrilada y tierna semejantes al primer beso de una niña o al primer homicidio de un criminal. Solo te diré algo más: no te la pierdas.

Y bueno, de seguro habrá algún disidente que pregunte: ¿pero de la mera influencia de los Beatles no han pasado a la copia descarada? Por supuesto que es una interrogante válida. Pero la música actual, como cualquier arte, se fundamenta en sus precedentes. Como la gran mayoría de mis lectores saben, el genio no se encuentra en el acto del simple calco, sino en ordenar los elementos heredados y darle una nueva y brillante forma. Y eso es, exactamente, lo que ha hecho este buen grupo de rock peruano.

Espero que nunca acaben en el cementerio de nuestra memoria, es decir, en nuestro triste olvido, sino que se anclen en el club de nuestros mejores recuerdos, señores de Cementerio Club.

Julio Meza Díaz

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martes, 28 de agosto de 2007

Disco: No Love (2007)


Grupo: Turbopótamos (Perú)

Cuando un amigo me dijo que los Turbopótamos habían sacado un nuevo disco, yo le respondí, citando a Guajaja, esa estrella venida a menos del pop afroperuano, “a mí que chu”. Hasta ese entonces, había escuchado la primera producción del dichoso grupo, y me había parecido que su pequeña fama era más el producto de los medios que del preciado talento musical. Sin embargo, después me tragaría mis propias palabras (o las palabras de Guajaja, en realidad), pues, luego de escuchar el No Love, caí en la cuenta que los Turbopótamos son dignos de mención.

“¿Pero qué tiene de bueno?”, dice la mujer picona cuando habla del enamorado de su amiga. Yo hago la misma pregunta, pero refiriéndome al No Love. Primero, si uno escucha el disco como telón de fondo de sus actividades, descubrirá que está frente a un álbum con un sonido lúdico, que hace recordar el felling del adolescente entusiasmado por descubrir su entorno. Segundo, sin lugar a dudas, el No Love está constituido por buenas canciones. Unas son mejores que otras, pero algunas podrían ser calificadas, en términos futbolísticos, como goles de media cancha.

Paso a comentar los acercamientos al arco rival.

El No Love arranca medianamente bien con No me meto. En esta pieza, un bajo que brinca como un pony juguetón acompaña una letra que trata del terrible desamor. Hay unos coros muy pegajosos que se alargan hasta un primer final, que da paso a una fuga sencilla pero efectiva. En La Fiesta, de aire melancólico, una voz se queja de haber organizado una reunión en la cual no se acercó a la amada. “Me quiero ir/ me quiero oír”, dice la mencionada voz, en un juego de palabras en el que, veladamente, habla de su vocación musical. Elisabel, con aplausos de acompañamiento y guitarras estridentes, hace referencia a una historia de fidelidades. Se puede distinguir el sonido de órgano, que ejecuta notas muy sencillas, pero que dan al entramado sonoro una ambientación certera.

Y, a partir de aquí, vienen los goles.

En la pieza que le da título al álbum, No Love, de contenido explícitamente amoroso, la melodía cadenciosa de un piano y una guitarra, dan una envoltura solvente y amable al devenir musical. “No love before”, dice la letra, con tono de arrastrado sin remedio. El final, con un esquema ya practicado en otras piezas del disco, cierra la tristeza del cantante con un sello de añoranza. El Tiburón es rápido y violento como el depredador al que hace referencia. “Algo está pasando/algo está faltándonos”, grita la voz del principio, abriendo la canción a su posterior dureza. En El Ratón Matón, junto con sonidos lánguidos, se sueltan frases de equívoco contenido filosófico: “ser o no ser/igual me voy a joder”. Pese a ello, un bajo lúdico, seguido por una voz de las mismas características, generan un conjunto sonoro soberbio. Y, para cerrar el producto, Regresa Gordita da señales de cierto carácter epicúreo y místico de la agrupación. Se escucha lo siguiente: “estoy contento con esta canción/experimento satisfacción”. Y se agrega: “voy comprendiendo la esencia de Dios/voy comprendiendo el incienso/ese olor”. Sin duda alguna, los Turbopótamos se muestran como jóvenes con espíritu y paltas adolescentes. ¡Bien por ellos!

Resultado del encuentro: Goleada. Ganador: Turbopótamos.

Ahora bien, ¿volveré a mencionar a Guajaja cuando me hablen de los Turbopótamos? No lo creo. En todo caso, desde este momento, cuando critiquen negativamente el No Love, diré, estando muy seguro de mi opinión: “a mí que chu”.
Julio Meza Díaz

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viernes, 22 de junio de 2007

Disco: Limón y Sal (2006)



Solista: Julieta Venegas (México)

Debo confesarlo: me gusta su tierno rostro y su grácil cuerpo. Su voz, tan liviana y poderosa como la de una adolescente, me encandila hasta el enamoramiento. Es más, en una ocasión, en uno de sus vídeos, logré contemplarla en sostén. Y, como es obvio, suspiré y elucubré fantasías. Ay, Julieta, para mí, eres el imposible femenino… Pero como cantautora, aún no me convences.

Empiezo con sus singles. “Me voy” es el primero que ha sonado en las radios. Si lo compara con los hits de su álbum anterior, querido lector / oyente, verá que no trae nada nuevo. Es una canción pop que, como en los finales de las tiras cómicas de Condorito, hará muy pronto ¡plop! Así es. Las radios dejarán de tocarla y desaparecerá en medio de las millones y millones de canciones que se han hecho con la misma estructura sonora y el mismo fin comercial. “Limón y Sal” es el segundo sencillo y le da nombre a la producción. Esta pieza tiene un detalle especial. ¿En dónde está? ¿En la melodía? No. ¿En las líricas? Y, como dicen las novias emocionadas frente al cura, debo decir: ¡Sí! La voz suelta: “te quiero con limón y sal”. Es cierto, no es un verso deslumbrante, pero hay algo que se tiene que rescatar. La gran mayoría de canciones de amor hablan de una pareja que se visualiza como si fuera la perfección encarnada. Pero, en este caso, se hace referencia a alguien con defectos, o, como diría el protagonista del cuento el Trompo, de Diez Canseco, a alguien con “quiñes”. Y eso hay que valorar. Pues se está pintando a un ser humano tal cual: con claridades y sombras. El tercer single es “Eres para mí”. ¿Cómo decirlo de forma elegante? Bueno, quizás de la siguiente manera: Julieta, si quieres perdurar, evita el chicle. Porque esa pieza es chicle-rosa-para-adolescentes. Es cierto, todos los cantantes tienen que comer de algo, y ese algo es un hit, y los hits usualmente son chicles. Pero, ¿no se pueden hacer acaso canciones chicles inteligentes? Charly García lo ha hecho. Tal vez sea muy aventurado decir esto, pero creo que Julieta también puede hacerlo.

Pero dejo a un lado los hits. Buceo en los otros tracks. Hay pues, en medio de los residuos tóxicos, corales bellos y, más al fondo, tesoros refulgentes. Por ejemplo, “Canciones de Amor”. Esa es una gema que brilla en la más oscura profundidad. Con el formato de una tradicional pieza mimosa, Julieta señala la impostura del género romántico. “Estoy tan cansada de las canciones de amor/siempre hablan de un final feliz/bien sabemos que la vida nunca funciona así”, dice Venegas, contradiciendo la lógica del cliché. Otra joya es “A dónde sea”. Con gran frescura, y ritmos guitarreros, la voz se preocupa en sí misma antes que en el otro: “Tengo una cita pendiente/con mi soledad/para ver quién soy cuando nadie está mirando”. No, estimado lector / oyente, no es egoísmo, es inteligencia.

Y bueno, ¿lo demás? Pues lo dejo a tu criterio. Deja que fluya ese crítico renegón que llevas dentro. Ahora me despido, sin antes agregar que, Julieta, pese a tu disco, y debido justamente a él, sigues siendo mi imposible femenino.

Julio Meza Díaz

Gracias a You Tube algunos videos:





Disco: Hospicios (2005)



Grupo: Leucemia (Perú)

El protagonista de La Vecina Orilla, uno de los tantos personajes de Mario Benedetti, se equivocó. No necesariamente lo maduro es lo más cercano a lo podrido. Los leusémicos, por ejemplo, han madurado de un estilo intencionalmente sucio y sencillo (con claros rasgos punks, aunque el F. a veces lo niega de modo terminante) a otro elaborado y artificioso (basado en los principios del rock progresivo y, sobre todo, en los discos más conceptuales de esta forma sonora). Y, por supuesto, este proceso de maduración no los ha acercado ni mucho menos arrojado a la podredumbre. Leusemia, pues, se halla tan fresco y vital como un potrillo impetuoso. Esto lo demuestra su última producción, Hospicios, que ha marcado un impresionante record de ventas. Dejando atrás la influencia explícita (casi un calco) de Pink Floyd, y los ingenuos arreglos pseudo sinfónicos (todavía recuerdo el insoportable agudo de violín que acompañaba a varias de sus canciones), que se pueden apreciar en álbumes como Moxón, Yashija y Al final de la calle/Los sótanos de la angustia; Hospicios abre las puertas a Leusemia a un sonido progresivo particular, que se funda en una certera intuición creativa y en el constante ejercicio musical. Estructurado como una suerte de sinfonía (con dos “aktos” compuestos de varias partes que podrían denominarse movimientos), narrando las experiencias de Sebastián y Alejandra a lo largo de su visita por el Hospicio del doctor Mancer (representante simbólico del status quo y que, irónicamente, si su nombre llevara una tilde en la a, significaría hijo de puta), y dándole voz a los confusos estados subjetivos de los dementes; Hospicios presenta piezas verdaderamente vibrantes, que demuestran el dominio de los sonidos del metal progresivo (hay que destacar, en expresiones técnicas, sus variaciones de indicador de compás), y, además, presenta también canciones que de seguro serán coreadas hasta el paroxismo en las futuras presentaciones de los leusémicos (en este saco entran: “El hombre del otro día”, “El hombre ke no podía dejar de masturbarse”, “El hombre que conversaba kon la Luna” y “Cenáculo o el Adiós a los celadores de la Cordura” –que, a mi parecer, es especialmente conmovedora-). Ahora bien, en esta producción, el F. (como cualquier otro individuo, como los políticos, como los militares, como los curas, como yo o como tú), no es infalible. La lírica, cuando trata de ser surrealista, se torna más bien huachafista. Como dicen por ahí, para muestra un botón: “Navegaba entre las piernas de tus dedos/y de pronto una luz se sentó” (sic). En fin, al respecto del Hospicios, se puede decir en pocas palabras que el saldo es positivo. ¿Quieren más comentarios sobre este disco? El F. dixit: Ya, pe… pero… otro día.
Julio Meza Díaz

Gracias a youtube, algunas canciones del Hospicios:





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Presentación

En Lima, en una mañana fría de invierno, inicio este proyecto con sueño pero con entusiasmo. Espero que, con el paso de los días, me acostumbre a postear y tú, querido lector, te acostumbres a leerme y, sobre todo, a escuchar un disco.