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sábado, 3 de mayo de 2008

Disco: Doce segundos de oscuridad (2006)


Solista: Jorge Drexler (Uruguay)

La primera noticia que tuve de Jorge Drexler fue que había ganado un Oscar por la composición de una pieza para una película sobre el Che Guevara. “¡Qué estupidez!”, exclamé. “La revolución cubana es un fiasco, y aún se componen canciones para ese barbudo venido a menos”. Y luego, seguro de que el artista uruguayo no era más que un bluff creado por los medios, me encerré en mi habitación para escuchar discos y olvidarme de la existencia de Drexler. Pero, como diría Rubén Blades, “la vida te da sorpresas”, porque, años después, me encontraba en la casa de mi amiga Ivette, y ella me hizo escuchar una versión delicada y laboriosa de High and Dry de Radio Head. “¿Quién es ese cantante?”, le pregunté, admirado. “Es Jorge Drexler”, me respondió, y, de inmediato, le pedí prestado su cd y me marché corriendo a mi casa: la curiosidad me mataba, pero, sobre todo, me daba vergüenza el juicio de valor que elaboré sobre un artista antes de escucharlo con detenimiento. “Los prejuicios, carajo”, me dije. “A veces nos impiden encontrar lo bello”.

Y así llegué a Doce segundos de oscuridad. Un disco en verdad valioso, con canciones construidas con una pericia admirable, y una voz ligeramente áspera, pero a ratos diáfana como un cristal pulido. Sin exagerar, es una de las mejores producciones que se han hecho en Latinoamérica en lo que va de la década del 2000. Sólo basta detenerse en las melodías sugestivas y complicadas, y en la lírica destacable y, por momentos, bellísima, para caer en la cuenta que mis calificativos no mienten ni caen en la simplicidad del fan. Estoy seguro que, a cualquiera que disfruta de la buena música, se conmoverá de placer cuando tenga en los oídos Doce Segundos de oscuridad.

El mencionado disco gusta desde el principio. La canción que le da título, si bien no impresiona por su estética musical, empuja a la reflexión por su lírica sencilla, pero, a la vez, compleja como el día a día del hombre. Dice la voz, refiriéndose a un faro que se ubica en la costa: “No es la luz lo que importa en verdad / son los doce segundos de oscuridad”. En La vida es más compleja de lo que parece, unas guitarras acústicas dan un fondo relajado y entusiasta, que permite los devaneos existenciales de la voz. Ésta dice: “El velo semi transparente del desasosiego / un día se vino a instalar entre el mundo y mis ojos / yo estaba empeñado en no ver lo que vi / pero a veces / la vida es más compleja de lo que parece”. Las ideas sobre las complicaciones del vivir prosiguen más adelante. A éstas, se suman las dificultades del deseo. En El otro engranaje, sobre una caja de sonido programado, Drexler canta: “El deseo sigue un curso paralelo / y la historia es una red y no una vía… la fidelidad / brumosa palabra / con sus incierta lista de gestos prohibidos / muerde siempre menos de lo que ladra”. Con una musicalización más compleja, en Hermana duda, Jorge Drexler continúa en su enumeración de los cuestionamientos del hombre contemporáneo. Es más, la incertidumbre se torna en el tema central: “No tengo a quien rezarle pidiendo luz / ando tanteando el espacio a ciegas / no me malinterpreten / no estoy quejándome / soy jardinero de mis dilemas”. Por supuesto, el amor no se queda atrás, y aparece, pero con un tono de ironía. Quizás porque esa sea la manera más adecuada de tocar sin solemnidad el tema del afecto. Así, en Inoportuna, dice la voz: “Tú por ejemplo / tan a tiempo / y tan inoportuna”. Con unas ligeras guitarras punteando acordes apretados, en Soledad, un hombre solitario, que acepta su situación con valentía, dialoga con la mismísima soledad y concluye con ella: “Ya pasó / ya he dejado que se empañe / la ilusión / de que vivir es indoloro”. El dolor y la vida, conceptos que, a veces, no pueden ir separados.

Pero no todo es luz en el día, pues también hay una que otra sombra que empaña el paisaje. A mi parecer, las canciones Disneylandia y La infidelidad en la era informática no encajan en el disco. Con unas mezclas electrónicas, y unas letras de cierto rebusque intelectual, dichas piezas decepcionan por su disfuerzo y por su carencia de estilo y armonía. Son, finalmente, dos puntos en contra de Doce segundos de oscuridad.

Y bueno, sólo me resta agradecer a mi amiga Ivette, que me regaló un disco excelente (¿porque me has regalado el disco, verdad Ivette? De todos modos, hazte a la idea que me lo obsequiaste, pues pienso devolvértelo cuando en Lima llueva a cántaros; o sea, nunca). Por otra parte, hay una lección que rescatar de mi manera de conocer a Drexler, a quien lo despreciaba por meros prejuicios. La enseñanza es la siguiente: en el mundo de los discos, hay que escuchar primero antes de opinar.
Julio Meza Díaz

Gracias a los que mediante you tube comparten música: