Algunos de mis amigos, fanáticos de Héroes del Silencio, me habían afirmado que el ex vocalista de dicho grupo era, en la actualidad, un pésimo cantautor. Dudando de esas palabras, me atreví a juzgar por mí mismo la calidad compositora de Enrique Bunbury. “No quiero dejarme llevar por opiniones de otros”, me dije, y conseguí el Helville De Luxe, el último disco del pelucón español. Y, como sospechas, querido lector / oyente, lo escuché de inmediato, con las ansias que proporciona una curiosidad inapagable. A continuación, luego de la primera experiencia, cavilé: “De repente necesita otra oportunidad”. Y, con ese razonamiento, me metí por las orejas la música de Bunbury como una docena de veces. Finalmente, exhausto, y con la repulsión del que ha probado por terquedad mil pestilencias, vomité mi juicio inapelable: “El Enrique este, para no desperdiciar su tiempo, y el de sus escuchas, debería emplear el resto de su existencia en oficios más adecuados para su talento. Quizás la contabilidad o la ebanistería sean lo indicado para su desarrollo vital”.
Sucede, pues, que el Helville De Luxe es un disco fallido por donde se le analice. Sus canciones carecen de la menor audacia creativa, y parecen cortadas por la tijera de un autor no mediocre, sino más bien evidentemente pésimo. No basta con manejar una voz de registro considerable, estar vestido con los ropajes de la fama del pasado y, además, tener el respaldo de alguna disquera poderosa. No, todo eso no es suficiente. Para hacer buena música, se requiere de trabajo constante y de una luz (dícese, por la mayoría, inspiración) que recoja y organice de manera destacable el conocimiento de la tradición a la que uno se inscribe. Y ese es el gran error de Bunbury. Pareciera que no está informado más que de los referentes de su antigua banda, Héroes del Silencio, y no hubiera tratado de acumular las experiencias de otras estéticas. El Helville de Luxe suena a Héroes del Silencio, pero en su versión más sosa y aburrida, y sin ningún destello en particular.
Comentar por separado las canciones de Bunbury es un ejercicio vacío. Cada una de ellas arrastra una torpeza que hastía e incluso amarga. Pues molesta (sí, lo digo con todas sus letras: molesta) que alguien que fuera considerado un gran artista allá por los 80 y 90, en la actualidad no sea más que la sombra pálida de su propia sombra. Las migajas restantes del gran banquete de la música.
“¿Tenían razón mis amigos?”, pienso. Pues sí. Es triste pero cierto: Enrique Bunbury es un pésimo cantautor. Si desean comprobarlo, adquieran el Helville de Luxe, y vayan pensando, desde ya, qué harán con el disco. Les doy una sugerencia: úsenlo de frisby.
Julio Meza Díaz.
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